JODER LOGAN
“LOGAN”.
Dirigida por James Mangold, quien no eligió ese título por ninguna razón. Es la última de la trilogía y la primera en la que el nombre no se refiere al superhéroe, sino a la persona que lo encarna, como un indicador de la historia más humana que su veterano director quería contar.
Y es que facturó “The Wolverine”, en 2013, pero según él afirma, a partir de un guion ya entregado. Aun reescribiendo parte del montaje según su visión, junto a Scott Frankel, no pudo indagar en la mente de Lobezno tal como él quería y se quedó en una entretenida peli de superhéroes.
Esto ha cambiado en la presente. La violencia omnipresente en su vida, su resignación y visión cercana a la amoralidad y el rechazo a la conexión con seres queridos guían una narración que se centra más en los personajes que en la historia, como en los westerns que tanto ama James Mangold.
Conciso: una carretera, Dakota del Norte, y tres sujetos inadaptados en un coche en una “road movie” con una fotografía que llega a ser hermosa, conduciendo por las partes más estériles de América hasta el citado estado. Esta es la sinopsis básica del desarrollo de la trama.
Pero es en los personajes principales en los que incide la obra. El inevitable, claro, lo encarna Lobezno, un superhéroe amargado, héroe por trabajo del que ahora parece jubilado, y que cuida hasta la llegada del tercer personaje, Laura, una niña “extremadamente” violenta y “extremadamente” callada, de Xavier. Sí, el profesor, el… inteligente, que usa su cerebro para cosas chulas ¿no?
Es un nonagenario con una enfermedad neuronal degenerativa. Que suenen la fanfarria, tenemos una fiesta.
La razón por la que Xavier no ha exterminado vidas humanas se persona en Logan, y la razón por la que la bala de aluminio que Logan mira con esos ojitos suyos todavía no ha perforado su cavidad cerebral es por Xavier. A la mierda la alegría de vivir. Es la visión anegada en sangre de una vejez que parece interminable.
Pero entonces, en dos vidas destrozadas y sin futuro, supervivientes de un ocaso de los superhéroes, llega Laura, y llega con sus demandas, con su férrea determinación y con unos cuantos pares de garras que la hacen material no apto para abusones. El pasajero que faltaba.
No es claramente el viaje familiar que se pensaría con un entrañable abuelete, un cuarentón con barba y una niña preadolescente (¿llega?). El primero y la última matan por oficio, y al tercero se le ve con ganas, pero al pobre le paran siempre en la mitad del juego hasta que se le acaban las monedas de la máquina recreativa.
Aun así, el viaje trata de ser una… reflexión sobre el paisaje que vería Lobezno y la manera en que incide en los demás, muchas veces como condenado ángel de la muerte. En fin, que hay intercambios entre los tres personajes y entre el exterior, aunque este último suele salir muy mal parado.
El problema es que una no habla salvo por comunicación mental con el otro (“El Profesor” sí le coge cariño a la niña), y el que falta es parco en sus palabras, y el mediador después de todo sigue siendo un viejete.
Este es uno de los problemas de la película: quiere hablar de Lobezno, de su visión de la familia y los temores que le rodea, y los presenta, y luego no habla de ellos. Los diálogos están incompletos, son predecibles hasta el punto de ser adivinables y además, están en conflicto con la clave restante del viaje: la violencia.
Esta se muestra a lo largo de toda la película. Hugh Jackman verdaderamente se rebajó el sueldo para convencer a “Fox” de una película para mayores de 18, pues tanto él como Patrick Stewart (Profesor X) estaban realmente emocionados con el proyecto, y las garras del mutante interpretan su papel con bastante profundidad. Y la niña, joder con la niña, yo que pensaba que los únicos capaces de aguantar un arpón atravesándoles el abdomen eran las ballenas. La amoralidad de la película es un tema al que me gustaría dedicarle más tiempo en otro texto.
En general, entre diálogos mejorables, escenas de lucha constantes, villanos y secundarios completamente irrisorios, y esas citas que sobran más que una alcachofa al lado de un plato de canelones, la película al final pierde algo de la fuerza que podría tener.
Pero además, la relación entre los personajes avanza a un paso despacio, muy, muy despacio, y en una trama en la que estos son soportes, es difícil calibrar lo bien que funciona esta técnica. Aun con la intención de hacerlos independientes, se espera que la unión entre dos personajes en un mismo coche tarde algo menos que la película entera en surgir.
Aun así, no todo está perdido en esa película. Esa “reflexión” que el director busca quizá no se enfoque en presentar una visión filosófica nueva sobre el asunto, sino en ahondar más en el personaje de Lobezno, y en un puñado de los que le rodean. En entender sus relaciones con otras personas y no en escucharlas. En su malograda experiencia como asesino, no en una visión de la muerte.
Es una obra más cercana a la fuente del icono. Después de dos películas lastradas por su visión familiar, recibe un tratamiento a mazazos que consigue erigirse como un campo abierto a un nuevo género de superhéroes que ya amanece. El viaje puede no mostrar un gran paisaje, pero poniéndose las gafas de sol y cerrando la ventanilla se disfruta del camino.
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